Es realmente extraño que identifiquemos coloquialmente el centro de la curiosidad. Por ejemplo, en el órgano olfativo: creemos que los olfateadores profesionales tienen la notoria profesión de meterse la nariz en todo. ¿O está escondido en el sentido de la vista? El padre Agustín regañó a la vieja iglesia por curiosidad, describiéndola como una tentación para los ojos. Aún otros apóstoles morales sostuvieron que la curiosidad no es visual, sino vocal en el trabajo cuando hombres y mujeres juntan sus cabezas para charlar en sus corazones sobre los que estaban ausentes.
En cualquier caso, la sed desenfrenada de conocimiento se ha visto tradicionalmente como un vicio. A principios del siglo XX, el filósofo Martin Heidegger redujo la “curiosidad” junto con lo “moderno” y el “misterio” a un comportamiento inferior: era una “decadencia del ser”. De modo que en muchos lugares no quedaba ni rastro del gran respeto que realmente debería tener la curiosidad, que es la principal fuerza motriz de la ciencia.
Recientemente, por curiosidad, los investigadores se preguntaron cómo son: ¿dónde empieza en nuestras cabezas la peligrosa búsqueda de lo desconocido? …